[1] Introducción: Esto es casi el 50% del texto del discurso de John Galt escrito por Ayn Rand para su novela "La rebelión de Atlas". Y pese a que Rand detestaba a los traductores, lo voy a traducir o, mejor dicho, voy a personalizar la traducción al castellano actual, porque la versión de "La rebelión de Atlas" que he encontrado en Internet parece haber sido traducida a mediados del siglo XVIII.
[2] Voy a ir poniéndoles números a los párrafos para poder contestarle ordenadamente, aunque siendo yo un admirador de Rand, la mayoría de las contestaciones no van a resultar de diferencias [que las tengo] sino de traducir o transpolar lo por ella escrito a la realidad de Argentina.
[3] Obviamente tengo más coincidencias que disidencias [por ejemplo en mi segundo nombre "Adrián" están casi todas las letras necesarias para escribir "Ayn Rand"], pero adelanto que para mí una de las causas del enfrentamiento que provoca la reacción de John Galt, si fuera un hombre real [el héroe de esta novela ha sido inventado por Rand], no es la maldad que ella encuentra en la base de la moralina de las masas, sino la cobardía, y la cobardía también nos contamina a los liberales aunque por definición el espíritu libre es valiente y corre riesgos, a diferencia del concepto de valentía izquierdista que consiste en tomar las armas y utilizarlas contra gente indefensa o, aún más valiente y con menos riesgo: la estrategia terrorista de colocar bombas.
[4] Uno de los puntos de enorme coincidencia con Rand, es que yo soy un inventor como John Galt que inventó un motor, pues bien, yo inventé un corazón artificial inalámbrico y, como tarde o temprano a todos les va a dejar de latir el corazón, hasta John Galt podría llegar a ser mi cliente si no fuera un personaje ficticio que, obviamente, nunca se va a enfermar de nada.
[5] Pero emparentado a esto está algo que me distancia de Rand: los inventores y los empresarios no se llevan bien, y es histórico el robo que se les ha hecho a los primeros por parte de los segundos. No todo inventor puede ser empresario, pero en todo empresario puede haber un ladrón o plagiador de patentes ajenas, y después los inventores deben pasarse la vida peleando en los tribunales contra los cipayos letrados de los empresarios buscando una justicia que ellos mejor que nadie saben volver lenta e ineficaz, presentándose además una altísima tasa de mortalidad y suicidio entre los inventores. Mi experiencia personal es que una demora de 13 años para conceder una patente que otorga al inventor derechos exclusivos durante 20 años contando desde la presentación del trámite, y no desde su aprobación, no es por torpeza ni caprichos de los burócratas encargados del trámite, sino que hay empresarios detrás, una sospecha fundada en que esto ya ha pasado cientos de veces.
[6] Para los que ya lo han leído [y son memoriosos] hasta aquí llego con la traducción, a la fecha del 22-01-2017, y prometo terminarlo y hacerle comentarios de los que ya hay algunos y pueden verlos cliqueando sobre la foto número dos de las posdatas de agosto.
[7] Previamente al discurso, John Galt se llevó a todas las mejores mentes industriales y empresariales a vivir en una comunidad secreta libertaria escondida en las montañas y, en este punto de la novela, le habla por radio al resto de la sociedad, y les explica lo que está pasando: sin esta gente capacitada, el país [U.S.A.] se está desbarrancando hacia su peor crisis, entonces, John Galt les dice...
Han oído decir que estamos en una época de crisis moral, incluso lo han dicho ustedes mismos, y se lamentan porque los pecados del hombre destruyen al mundo, y han maldecido la naturaleza humana por su resistencia a practicar las virtudes necesarias, y como a su juicio la virtud consiste sólo en sacrificarse, han exigido más sacrificios, luego de cada sucesivo desastre y en nombre de una vuelta a la moralidad, han sacrificado aquello que consideran como la causa de su desgracia: han sacrificado la justicia ante la misericordia, la independencia ante la unidad, la razón ante la fe, la riqueza ante la necesidad, y han sacrificado su propia estima llegando a la negación del ser. Han sacrificado la felicidad al deber, han destruido todo lo que consideraban malo y conseguido todo aquello que creían bueno. ¿ Por qué entonces se estremecen de horror ante la vista del mundo que los rodea, si ese mundo es el espejo de sus supuestas virtudes ?
Este mundo es su moralina convertida en realidad, llegando a su plena y definitiva perfección: han luchado por él, han soñado en él, lo han deseado y yo fui quien les garantizó su deseo. Su idea tenía un enemigo implacable que, según su código moral había que destruir, y yo les he eliminado a dicho enemigo, he arrancado la raíz de todos esos males, he dado fin a su lucha: he eliminado de su mundo a la mente humana. Ustedes dijeron que que el hombre no vive por su mente, y entonces yo he retirado a todos quienes obraban así. Dijeron que la mente no sirve para nada, pues yo me he llevado a todos los sabían usarla. También dijeron que existen valores más altos que la mente, pues bien: me he llevado a todos los que opinaban lo contrario.
Mientras ustedes arrastraban hacia los altares del sacrificio a los defensores de la justicia, la independencia, la razón, la riqueza, y la autoestima, yo los derroté, llegando hasta ellos antes que ustedes y revelándoles la naturaleza del juego que llevaban a cabo, junto con el código moral que ellos, en su inocencia y generosidad, no habían podido comprender que se utilizaba en su contra. Yo les mostré el camino para vivir según otra modalidad: la mía, y es ésta la que optaron por seguir. Todos esos hombres desaparecidos a los que odiaban y sin embargo temían perder, me los llevé y no intenten encontrarlos, porque nos hemos propuesto permanecer ocultos. Ya no griten que es nuestro deber el servirles, porque no reconocemos tal deber. No lloren diciendo que tienen necesidad de nosotros, porque no consideraremos semejante pretensión. No nos imploren que regresemos, porque los hombres de inteligencia nos hemos declarado en huelga. Estamos en huelga contra la autoinmolación, contra el credo de sus ganancias no merecidas y de nuestros deberes no recompensados, contra el dogma de que el anhelo de la propia felicidad es un mal, y estamos en huelga contra la doctrina de que una vida exitosa implique culpa.
Existe una diferencia entre nuestra huelga y las que ustedes han practicado durante siglos: la nuestra consiste, no en exigir, sino en otorgar. Según su moral, somos malos, por eso hemos optado por no hacerles más daño. Según su sistema económico somos un factor inútil, pues por eso hemos decidido no explotarlos más. Según su política somos peligrosos y hay que encadenarnos, por eso pretendemos no constituir ya un peligro para ustedes, ni llevar por más tiempo sus grilletes. Según su filosofía, somos tan sólo una ilusión, por eso hemos decidido no mantenerlos en la ceguera por más tiempo y dejaros libres, para que se enfrenten solos con la realidad, la realidad que anhelaban, el mundo tal como se lo contempla ahora, un mundo desprovisto de mente.
Les hemos garantizado todo lo que exigían de nosotros, luego de haber sido siempre los dadores, cosa que no comprendimos hasta ahora, no vamos a presentar demanda alguna, ni ofrecemos condiciones para un trato, porque no tienen nada que ofrecernos, y no los necesitamos.
Se lamentan de que esto no es lo que deseaban. ¿ No era su objetivo un mundo de ruinas, desprovisto de espíritu ? ¿ No querían vernos lejos de ustedes ? Son unos caníbales morales y ahora comprendo que siempre supieron lo que deseaban, pero su juego ha quedado descubierto porque ahora nosotros sabemos también en qué consiste.
A través de siglos de desastres provocados por su código moral, mientras gritaban que la causa del desastre fue que dicho código fue quebrantado, y que las penurias eran el castigo por dicho quebrantamiento, y que habría que derramar toda la sangre necesaria, condenando al hombre y la tierra, pero sin nunca atreverse a cuestionar su código. Sus víctimas se hicieron cargo de la culpa y continuaron forcejeando, teniendo sus maldiciones como recompensa a su martirio, mientras seguían proclamando que su código era noble y que la naturaleza humana carecía de la bondad suficiente para practicarlo. Nadie se levantó a fin de preguntar: "¿ según cuáles principios y fundamentos ?", pues bien, yo he formulado y contestado esa pregunta.
Sí, estamos en tiempos de crisis moral, y se está soportando el castigo a su maldad. Pero no es el hombre el que está sometido a juicio, ni la naturaleza humana la responsable de todo ello, sino su código moral el que ha cesado de tener vigencia, cuando se hallaba en su punto culminante enfrentando un callejón sin salida, por lo que si quieren continuar viviendo, lo que necesitan no es volver a la "moralidad", pues como en realidad ustedes nunca conocieron ninguna, lo que ahora necesitan es descubrirla.
Se les dijo que la moralidad es un código de conducta impuesto sobre ustedes por capricho de un poder sobrenatural, o por el capricho de la sociedad, para servir a dios, o al prójimo, o a una autoridad, pero jamás para servir a sus propias vidas, y se les dijo que sus intereses quedarán así servidos de un mejor modo. Durante siglos la batalla de la moralidad fue librada entre quienes proclamaban que la vida pertenece a dios y quienes decían que pertenece al prójimo, entre quienes predicaban que la bondad es el autosacrificio en favor de unos fantasmas celestes y quienes predicaban que el bien es el auto
sacrificio en favor de los incompetentes de la tierra. Pero nadie vino a decir que sus vidas les pertenecen, y menos que el bien reside en vivirla. Ambas partes convienen en que la moralidad exige la rendición del interés particular y de la mente, que lo moral y lo práctico son opuestos, que la moralidad no entra en el reino de la razón, sino en el de la fe y la fuerza. Ambos bandos están de acuerdo en que no hay posible moralidad racional, que en la razón no existe bien o mal, que la razón no da un paso hacia el obrar moralmente.
Siempre fue contra la mente del hombre en donde sus moralistas permanecieron unidos. Era la mente humana la que sus sistemas intentaron controlar o destruir, y ahora tienen que escoger entre morir o aprender que la anti-mente era la anti-vida. La mente humana es la herramienta básica de la supervivencia, se nos ha dado la vida, pero no se nos aseguró la supervivencia. El hombre recibe un cuerpo, pero no el sustento para el mismo. Se le otorga una mente, pero no el contenido de la misma. Para vivir hay que actuar, pero antes de poder hacerlo debe saber la naturaleza y el propósito de su acción. No se puede conseguir alimento sin conocimiento del mismo ni del modo de obtenerlo. No se puede cavar una zanja ni construir un ciclotrón sin idea de su objetivo ni de los medios con que alcanzarlo. Para seguir viviendo hay que ponerse a pensar.
Pensar es un acto electivo, y eso que encubiertamente llaman "naturaleza humana", porque lo temen nombrar, es el hecho de que el hombre es un ser de conciencia volitiva. La razón no trabaja automáticamente, las funciones del estómago, pulmones, y corazón, son automáticas, las de la mente no. En cualquier hora y circunstancia de la vida se es libre de pensar o de evadir ese esfuerzo, pero, no se puede escapar al hecho de que la razón es nuestro medio de supervivencia: Para los seres humanos la cuestión "ser o no ser", es la cuestión "pensar o no pensar".
Un ser de conciencia volitiva no puede seguir una conducta automática y necesita un código de valores para guiar sus acciones. El valor hay que ganarlo y conservarlo, la virtud es la acción por la que se gana y se conserva aquél. El valor presupone una respuesta a la pregunta: ¿ Valor para quién y para qué ?, y también presupone una norma, un propósito y la necesidad de actuar frente a una alternativa. Donde no hay alternativas no son posibles los valores.
Sólo existe una alternativa fundamental en el universo: la existencia o la no-existencia, y ambas pertenecen a una sola clase de entidades: los organismos vivientes. La existencia de la materia inanimada es incondicional, pero no la existencia de la vida, pues depende de un curso de acción específico. La materia es indestructible, cambia sus formas, pero no puede cesar de existir. Todo organismo viviente se enfrenta a una alternativa constante: la de la vida o la muerte. La vida es un proceso de acción, autosustentadora y autogenerada, si un organismo falla en la misma, muere, sus elementos químicos perduran, pero su vida termina.
Es el concepto de vida el que hace posible el concepto de "valor" pues sólo para un ser viviente las cosas pueden resultar buenas o malas: Una planta ha de alimentarse con el fin de vivir, buscará la claridad solar, el agua, y los elementos químicos que necesita, estos son los valores que su naturaleza persigue, y mantenerse viva es la pauta de valores que dirige sus acciones. Pero una planta no tiene opción respecto a sus acciones, pues existen alternativas en las condiciones a que se enfrenta, pero no hay alternativa en sus funciones: actúa automáticamente para prolongar su vida y no puede actuar en su propia destrucción.
Un animal posee elementos para sostener su vida, sus sentidos los aportan gracias a un código automático de acción: un conocimiento automático de lo que es bueno o malo para él. No tiene poder para extender dicho conocimiento ni evadirlo en condiciones en que dicho conocimiento resulta inadecuado, el animal muere, pero mientras viva va a actuar basándose en el mismo con seguridad automática y sin capacidad de elección. Es incapaz de ignorar lo que le es bueno e incapaz de elegir el mal y de actuar como destructor de si mismo.
El hombre no posee un código automático de supervivencia. Lo que lo distingue sobre todo de las demás especies vivientes es la necesidad de actuar frente a alternativas por medio de una elección volitiva. No tiene un conocimiento automático de lo que es bueno o malo para él, de cuáles valores depende su vida, ni qué curso de acción lo beneficia. Se habla mucho acerca del instinto de autoconservación, pero un instinto de autoconservación es precisamente lo que el hombre no posee. Un instinto es una forma infalible y automática de conocimiento. Un deseo no es un instinto. El deseo de vivir no nos da el conocimiento requerido para hacerlo, e incluso el deseo humano de vivir no es automático: ese es nuestro mayor defecto oculto. Que ese deseo no se pueda contener, no contradice que nuestro temor a la muerte en realidad no es amor a la vida, ni nos dará el conocimiento necesario para conservarla. El hombre ha de obtener su conocimiento y elegir sus acciones por un proceso mental que la naturaleza no le obliga a practicar. El hombre posee el poder para actuar como destructor de si mismo, y tal es el modo en que ha actuado durante la mayor parte de la historia.
Una entidad viviente que considerase maldad sus medios de supervivencia, no sobreviviría. Una planta que se esforzara en destrozar sus raíces, un pájaro que pretendiera romper sus alas, no seguirían mucho tiempo disfrutando de una existencia a la que se oponen, mientras que la historia del hombre ha sido una lucha para negar y destruir su propia mente. El hombre ha sido llamado "ser racional", pero la racionalidad es asunto de elección, y la alternativa que su naturaleza le ofrece es ésta: ser racional o animal suicida, y el hombre ha de ser hombre por elección, ha de conservar su vida como valor por elección, ha de aprender a sustentarse por elección, ha de descubrir los valores requeridos y practicar sus virtudes también por elección.
Sólo un código de valores aceptado por elección puede ser un código moral, y al resto vivo que aún sigue sin corromperse en su interior les digo: existe una moralidad de la razón, una moralidad adecuada al hombre, y la vida humana es su pauta de valores. Todo lo que resulta adecuado para la vida de un ser racional, es bueno y, cuanto la destruye, es malo.
La vida humana por naturaleza no es la vida de un bruto sin mente, de un rufián saqueador, ni de un místico furtivo, sino la de un ser que piensa en su propia vida vivida gracias a su esfuerzo en vez del fraude, en la vida basada en sus propios logros y no en una supervivencia a cualquier precio, puesto que sólo existe un activo moral para la supervivencia humana: la razón. La vida del hombre es la norma de toda moralidad, pero su propia vida constituye su propósito. Si la existencia sobre la tierra representa su objetivo, deberá elegir sus acciones y valores según la pauta de lo que es adecuado con el propósito de conservar y disfrutar ese irreemplazable valor que es su vida, y como la vida requiere un curso de acción específico, cualquier otro que se siga la destruirá: Un ser que no considere su propia vida como motivo y meta de sus acciones, actúa basándose en la norma y el motivo de la muerte. Semejante ser es una monstruosidad metafísica forcejeando para oponerse, negar, y contradecir el hecho de su propia existencia, corriendo ciegamente como un loco por un camino de destrucción, incapaz de todo, excepto de causar dolor.
En cambio la felicidad es un estado triunfal, mientras que el dolor es un agente de la muerte. La felicidad es ese estado de consciencia que procede de la consecución de los propios valores, y toda moralidad que se atreva a proponer el obtener la felicidad en la renuncia a su dicha, y que valore a ésta por el fracaso de sus valores, es una insolente negación de la moralidad. Una doctrina que proponga como ideal el papel de animales para el sacrificio, buscando la muerte en los altares de otros, fija a la muerte como norma y al sufrimiento como un ideal. Absolutamente en contra de esto, la realidad de la naturaleza de la vida es que cada hombre constituye un fin en si mismo, que existe por si mismo para obtener su propia felicidad sin arrebatársela ni exigírsela a otros, lo constituye claramente su más alto propósito moral. Pero ni la vida ni la felicidad pueden conseguirse persiguiendo caprichos irracionales, aunque el hombre es libre para intentarlo, pero perecerá a menos que viva como su naturaleza lo requiere, obviamente muchos han buscado su felicidad en varios tipos de fraudes insensatos, pero estos sólo hallaron la tortura del fracaso: quién más ha sufrido no acumula mayores méritos que quién supo evitar el sufrimiento. El propósito de la moralidad no es el de los misticismos que enseñan a sufrir y a morir, sino a disfrutar y vivir.
Apártense de los parásitos de las aulas subvencionadas que viven gracias al provecho extraído a las mentes de otros y adoptan el papel de hombres de ciencia, para proclamar que el hombre es sólo un animal, no le otorgan su inclusión en una existencia que han garantizado al más inferior de los insectos, reconociendo que toda especie viviente tiene un modo de sobrevivir exigido por su naturaleza, no proclaman que un pez pueda vivir fuera del agua, o que un perro sobreviva sin su olfato, pero, según ellos el hombre es el más completo de los seres vivientes y puede sobrevivir de cualquier modo, y no existe razón práctica por la que no pueda sobrevivir privado de su mayor recurso, o sea, con su mente estrangulada y colocada a disposición de cualquier orden que le fuercen a obedecer.
Apártense de esos místicos consumidos por el odio, que adoptan actitud de amigos de la humanidad y predican que la más alta virtud capaz de ser practicada por el hombre es la de no otorgar valor alguno a su propia vida. ¿ Les dicen que el propósito de la moralidad es refrenar el instinto humano de autopreservación ? pero si por el contrario es con el propósito de la autopreservación que el hombre necesita un código de moralidad. Entonces no busquemos ni la más remota moralidad en el hombre con la creencia mística que le exije el inmolarse por cualquier causa. No es preciso vivir si no se lo quiere, pero si se elige vivir, hay que hacerlo como hombres gracias al trabajo y al discurrir de nuestras mentes, y no a las de otros. Vivir como un hombre es un acto de elección moral, y la otra alternativa es el actual estado de muerte viviente para una existencia no humana y menos que animal, en una agonía que ya lleva años de autodestrucción irreflexiva.
No es preciso pensar, pero de hacerlo será un acto de elección moral, y quienes lo hagan habrán de mantenerse vivos, pero, si se elige a la omisión entonces se defrauda a la naturaleza y se entra en déficit moral esperando "sacrificios ajenos" que les permitan sobrevivir. Y tampoco es preciso ser hombre, pero quienes lo son ya no se encuentran entre ustedes, porque yo los he privado de su medio de supervivencia en el mal, pues los he privado de sus víctimas al decirles lo mismo que ahora declaro. A estos hombres que habían vivido según mi código, pero sin saber la gran virtud que representaba, y yo les abrí los ojos sin darles una nueva evaluación de si mismos, sino tan sólo una identificación de sus valores.
Nosotros, los hombres de espíritu libre estamos en huelga contra ustedes en nombre de un solo axioma base de nuestro código moral, y opuesto al suyo que pretende negarlo: "la existencia, existe" y comprenderlo implica dos corolarios, primero, que existe todo lo que uno percibe, y segundo, que uno mismo existe poseyendo conciencia, que es la facultad de percibir lo existente.
Sería una contradicción el que exista una conciencia si nada existe, y lo mismo vale para una conciencia sólo consciente de si misma porque antes de que se autoperciba tuvo que ser consciente de algo, porque si no se puede percibir nada [porque no existe], lo que percibe que no hay nada que percibir no es una conciencia sino un imposible. Si hay conciencia hay existencia porque ya algo hay, y con cualquiera que sea el grado de su conocimiento estos son axiomas de los que no se puede escapar, y son los inevitables fundamentos de cualquier acción, en cualquier etapa del conocimiento acumulado desde el primer rayo de luz percibido al comienzo de la vida, hasta la más alta sabiduría acumulada antes del final de la misma, desde la primera piedra con la que se tropieza, hasta comprender la estructura del sistema solar, los axiomas siguen siendo los mismos: todo ello existe, se lo puede percibir, y la razón lo puede asimilar.
Existir es lo opuesto a la nada, es tener una naturaleza y atributos específicos. Siglos atrás, el hombre que pese a sus errores fue el mayor de los filósofos, estableció la fórmula que definía el concepto de existencia y la regla primera de todo conocimiento: "A" es "A". Toda cosa lo es en sí, y para completar el concepto: "existencia es identidad, y conciencia es identificación".
Cualquiera que sea la cosa por considerar, objeto, atributo, o acción, la ley de identidad seguirá siendo la misma. Una hoja no puede ser al mismo tiempo una piedra, no puede ser roja y verde a la vez, no puede helarse y arder simultáneamente. "A" es "A", o si lo quieren expresado en un lenguaje más simple: no se puede tener un pastel y al mismo tiempo comerlo.
¿ Intentan saber lo que ocurre de malo en el mundo ? Todos los desastres que se han abatido sobre el mismo procedieron de la tentativa de sus jefes para evadir el hecho de que "A" es "A". Todos los males secretos que han soportado tienen como origen a la tentativa de eludir el hecho de que "A" es "A". El propósito de quienes les enseñaron a evadirlo fue el de hacerles olvidar que el hombre es hombre.
El hombre sólo puede sobrevivir adquiriendo conocimiento, y la razón es su único medio de conseguirlo. La razón es la facultad que percibe, identifica, integra el material aportado por los sentidos. La tarea de los sentidos consiste en dar al hombre la evidencia de su existencia, pero la tarea identificadora pertenece a su razón. Sus sentidos sólo le dicen que algo es, pero de qué se trata debe ser aprendido por la mente. Todo pensamiento es un proceso de identificación e integración. El hombre percibe una mancha de color, integrando la evidencia de su visión y de su tacto aprende a identificarla como un objeto sólido, aprende a clasificar dicho objeto por su función, por ejemplo, como a una mesa, después aprende a identificar el material con el que fue hecha, si es de madera tendrá células, si es de plástico tendrá macro moléculas, y que en el final en la base de la materia que la constituye, están los átomos. Durante todo este proceso la tarea de su mente consiste en aportar respuestas a una simple pregunta: ¿ qué es ?, y su medio para establecer la verdad de las respuestas es la lógica, misma que descansa en el axioma de que la existencia existe. La lógica es el arte de la identificación no-contradictoria. Una contradicción no puede existir. Un átomo lo es en sí, y lo mismo ocurre con el universo, y ninguno puede contradecir su propia identidad, ni una parte puede contradecir al todo. Ningún concepto formado por el nombre es válido, a menos que éste lo integre sin contradicción en la suma total de sus conocimientos. Llegar a una contradicción es detectar un error del propio pensamiento. Mantener una contradicción es renunciar a la razón y salirse del reino de la realidad hacia lo imposible.
La realidad es lo que existe y lo irreal no existe. Lo irreal es lo que resulta de la negación de la existencia cuando la conciencia humana intenta apartarse de la razón. La verdad es el reconocimiento de la realidad, y la razón es el único medio de conocimiento humano y su única norma de verdad.
La pregunta más depravada que se puede formular es ésta: ¿ La razón de quién ? y la respuesta es: La suya, porque no importa la modestia de su conocimiento, es su mente quien ha de adquirirlo o solicitarlo, y su mente es su único juez sobre la verdad, y si otros disienten de su veredicto, la realidad constituirá el tribunal de apelación supremo. Nada, aparte de la mente humana, puede llevar a cabo ese complejo, delicado, y crucial proceso de identificación que es el pensar. Nada puede dirigir dicho proceso excepto el propio criterio y la integridad moral del hombre.
Ustedes que hablan de "instinto moral" como si se tratara de un don separado y opuesto a la razón, deben saber que la razón humana es su facultad moral, porque razonar es un proceso de constante elección, en respuesta a las preguntas: ¿ es verdadero o falso ?, ¿ cierto o equivocado ?, ¿ está bien o mal ?, y las respuestas les dan todo lo que tienen, y éstas proceden de la mente del hombre y su intransigente devoción natural hacia lo que es verdadero, es cierto, y está bien.
Un proceso racional es un proceso moral. Se puede cometer un error en cualquier estapa del mismo, sin nada para protegernos excepto por nuestra rigurosidad, aunque tal vez se intente engañar o desfigurar la evidencia y evadir el esfuerzo de la investigación, pero, si la devoción a la verdad es la piedra angular de la moralidad, entonces no existe mayor, ni más noble, ni más heróica forma de devoción, que el acto de quien asume la responsabilidad de pensar.
Lo que creen que es su alma o espíritu, es su conciencia, y lo que llaman libre voluntad es la voluntad de la mente para pensar o no. La única que tienen, la única libertad, la opción que controla todas las opciones realizadas por ustedes y determina sus vidas y su carácter. El pensar es la única virtud básica del hombre, y de la que proceden todas las demás. Y su vicio básico, la fuente de todos sus males es el acto de ignorar, la renuncia a pensar, no la ceguera sino la negativa a ver, desenfocar la mente y escapar a la responsabilidad del juicio, de sentir que una cosa no existirá con sólo rehusar identificarla, que "A" no será "A" en tanto no se emita el veredicto de que "es". El no pensar es un acto de aniquilación, una tentativa para borrar la realidad, pero, la existencia de la realidad no puede ser borrada, y simplemente eso borrará a quien intenta destruirla. Al negarse a afirmar "es", se niega a decir "soy". Al suspender su juicio, se niega a la propia persona.
Cuando un hombre declara: ¿ Quién soy yo para saberlo ?, lo que declara es: ¿ Quién soy yo para vivir ?, y esa es en cada hora y en cada circunstancia su elección moral básica: pensar o no pensar, existencia o no existencia, "A" o no "A", entidad o nulidad.
La vida es la premisa que dirige las acciones del hombre en proporción a lo que éste tenga de racional, por el contrario, en proporción a su irracionalidad la premisa que dirijirá sus acciones será la muerte.
Ustedes que tanto hablan sobre que la moralidad es necesidad social y que el hombre no necesitaría moralidad en una isla desierta, no saben que precisamente en una isla desierta es donde la necesitaría más. Que alguien intente cuando no haya víctimas que paguen por ello, que una roca es una casa, o que la arena es alimento, y la realidad lo quitará de en medio como se lo merece. La realidad le enseñará que la vida es un valor que ha de ser adquirido, y que el pensar es la única moneda noble para comprarlo.
Si tuviera que hablar con su lenguaje, diría que el único mandamiento moral del hombre es: "pensarás", pero, un mandamiento moral es una contradicción porque lo moral es lo escogido y comprendido, más no lo forzado u obedecido. Lo moral es lo racional y la razón no acepta mandamientos. Mi moralidad, la moralidad de la razón, queda contenida en un simple axioma: la existencia existe, y en una simple elección: la de vivir. El resto proviene de ello, para vivir el hombre ha de considerar tres cosas como los valores supremos que gobernarán de su vida: razón, propósito, y autoestima.
La razón como su única herramienta de conocimiento, el propósito como su elección de la felicidad que con aquella herramienta ha de poder conseguir. La estima propia como inviolable certidumbre de que su mente es competente para pensar y su persona digna de la felicidad, lo que significa digna de vivir. Estos tres valores implican todas las virtudes humanas y necesitan de ellas, y todas sus virtudes pertenecen a la relación de existencia y conciencia: racionalidad, independencia, integridad, honestidad, justicia, productividad, y orgullo.
La racionalidad es el conocimiento de que la existencia existe, de que nada puede alterar la verdad, ni nada ocupar la preeminencia sobre este acto de percibirla más que el pensamiento. Que la mente representa el único juez de los valores y la única guía de acción, que la razón es un absoluto que no admite compromisos, que una concesión a lo irracional invalida la propia conciencia y cambia la tarea de percibir en la de desfigurar la realidad, que todo supuesto atajo hacia el conocimiento representatan sólo un cortocircuito destructor de la mente, que aceptar una intervención mística involucra un deseo de aniquilación de la existencia que, a su vez aniquila la propia conciencia.
La independencia es el reconocimiento de que nuestra es la responsabilidad de juicio, sin escapatoria porque nadie puede pensar por nosotros. La peor forma de autodestrucción es la subordinación de una mente a la mente de otro, la aceptación de una autoridad sobre nuestros cerebros, la aceptación de sus asertos como hechos, de sus palabras como verdades, de sus proclamas como mediadoras entre nuestra conciencia y nuestra existencia.
La integridad es el reconocimiento de que no se puede desfigurar nuestra conciencia, del mismo modo que la honradez es el reconocimiento de que no se puede desfigurar la existencia, de que el hombre es un ente indivisible, una unidad integrada por dos atributos: materia y conciencia, y de que no puede permitirse ruptura alguna entre cuerpo y mente, entre acción y pensamiento, entre vida y convicciones. Que igual que un juez inflexible ante la opinión pública no debe sacrificar sus convicciones a los deseos de los demás, aunque toda la humanidad le grite ruegos o amenazas. El valor y la confianza son necesidades prácticas: el valor constituye la forma de mantenerse fiel a la existencia, de mantenerse fiel a la verdad, y la confianza es la forma práctica de mantenerse fiel a la propia conciencia.
La honradez es el reconocimiento de que lo irreal no puede tener valor. Que ni el amor, ni la fama, ni el dinero, ni todo lo adquirido a los esclavos de su carencia de pensamiento, o sea a quienes temen a su racionalidad, y prefieren dócilmente sumarse al resto y vivir dependientes de los imbéciles que ya han conseguido engañar a otros, no valen nada cuando se lo ha obtenido mediante el fraude. La honradez no es un deber social ni un sacrificio en beneficio de nadie, sino la virtud más profundamente interesada que un hombre puede practicar como individuo: su renuncia a la comodidad del grupo, plantándose ante la atrapante y engañosa conciencia de los demás.
La justicia es el reconocimiento de que no se puede desfigurar el carácter del hombre, y que se debe juzgar a todos los hombres como se juzgan los objetos inanimados, con el mismo respeto a la verdad, juzgando a cada hombre por lo que es. Del mismo modo que no se paga por chatarras un precio más elevado que el del metal recién pulido, tampoco hay que evaluar a un canalla por encima de un héroe. No demostrar desprecio ante los vicios de los hombres, es un acto de falsificación moral, y no admirar sus virtudes es un acto de desfalco moral. Nuestra apreciación moral es la moneda con la que se le paga a los hombres por sus virtudes o sus vicios, y este pago exige del que juzga ser tan escrupuloso como con sus transacciones financieras, y situar cualquier preocupación ideológica por encima de la justicia, es devaluar su moral y defraudar al bueno en favor del malo, puesto que sólo el bueno puede perder por un desfalco de la justicia, y sólo el malo puede aprovecharse de ella. El fondo del abismo, la bancarrota moral, consiste en castigar a algunos hombres por sus virtudes, y recompensar a otros por sus vicios. Eso es el colapso, la depravación total, una misa negra adorando a la muerte de la justicia.
La productividad es nuestra aceptación de la moralidad. El trabajo productivo es el proceso mediante el cual la conciencia de un nombre controla a su existencia, en un proceso constante encaminado a adquirir conocimientos y dar forma a la materia para que encaje en nuestros propósitos. Traducir una idea en forma física, rehacer el mundo según la imagen de los propios valores. Todo trabajo es creador si se hace con una mente que piensa, y ningún trabajo es creador si se realiza con un ser que repite en estupor falto de crítica una rutina aprendida de otros. Su trabajo lo será por elección, una tan amplia como su mente, engañarse al aceptar una tarea mayor de la que su mente ha de convertirlo en un ser corroído por el miedo, actuando sobre movimientos copiados y sobre un tiempo tambión copiado. Por otra parte, el desarrollar una tarea que requiere menos de la capacidad total de su mente, es apagar su motor y sentenciarlo a perder la fe en que su trabajo es su modo de adquirir valores, y perder la ambición siempre por algo más y mejor, es perder la ambición de vivir. El cuerpo del trabajador es una máquina y su mente es el conductor que lo llevará tan lejos como le sea posible, con el triunfo como meta de su camino. El hombre sin propósito es una máquina que va descendiendo por la pendiente a merced de caer en cuanto encuentre un barranco. El hombre que da rigidez a su mente es una máquina parada, que se oxida poco a poco. Quien le permite a un director prescribir el curso de su vida, es una ruina arrastrada hacia el montón de chatarra, y el hombre que convierte a otro en su objetivo, es un caminante a quien ningún conductor debería recoger en el camino: su trabajo es el propósito de su vida, y hay que alejarse de cualquier asesino que considere su derecho detenelo.
[Avance]
Hace doce años, cuando trabajaba en su mundo, fui inventor. Ejercía la última profesión aparecida en la historia humana y la primera que desaparecerá en el camino de regreso hacia lo subhumano. Un inventor es un hombre que pregunta "¿ por qué ?" a todo el universo, y no permite que nada se interponga entre la respuesta y su mente.
Igual que el descubridor del uso del vapor o que quien descubrió el del petróleo, descubrí yo una fuente de energía existente desde el nacimiento del globo, pero que los hombres no supieron utilizar, excepto como objeto de adoración y de terror relacionado con leyendas acerca de un estruendoso elemento destructor que caía del cielo. Completé el modelo experimental de un motor que hubiera constituido mi fortuna y la de quienes contrataran mis servicios, un motor que hubiese elevado la eficacia de toda instalación humana que usara su fuerza y habría añadido el don de una más alta productividad a cada hora de las que empleáis en ganaros la vida.
Cierta noche, durante una reunión celebrada en cierta fábrica, presencié cómo me sentenciaban a muerte, precisamente por haber conseguido aquel invento. Escuché cómo tres parásitos aseguraban que mi cerebro y mi vida eran suyos, que mi derecho a existir era condicional y dependía de la satisfacción de sus deseos. El propósito de mi habilidad, dijeron, consistía en servir las necesidades de quienes eran menos hábiles. No tenía derecho a vivir, afirmaron, por razón de mi competencia hacia la vida. En cambio, su derecho a la misma era incondicional por razón de su incompetencia.
Comprendí entonces lo que estaba equivocado en el mundo, vi lo que destruía al hombre y a las naciones y dónde había que librar la batalla de la vida. Vi que el enemigo se hallaba en aquella moralidad invertida y que mi sanción constituía su máximo poder. Comprendí que el mal era impotente, que residía en lo irracional, lo ciego, lo antirreal, y que la única arma de su triunfo consistía en la voluntad de los buenos para servirlo, del mismo modo que los parásitos que me rodeaban proclamaban su dependencia sobre mi mente, esperando que voluntariamente aceptase una esclavitud que no tenían poder para infligirme, del mismo modo que contaban con mi auto-inmolación para proveerles con los medios para conseguir su plan, así, a través del mundo y de la historia, en todas sus versiones y sus formas, desde las extorsiones de parientes holgazanes a las atrocidades de los países colectivizados, es el bueno, el hábil, el hombre de razón, el que actúa como destructor de sí mismo, el que transfunde al mal la sangre de su virtud y permite que aquél le transmita a su vez el veneno de la destrucción, con lo que el mal disfruta del poder de la supervivencia, mientras los valores de los buenos adquieren la impotencia de la muerte.
Me di cuenta de que en la derrota de un hombre virtuoso se llega a un punto en el que es necesario el propio consentimiento para que el mal salga triunfante, y que ninguna clase de injuria que otros le inflijan puede triunfar si opta por no otorgar dicho consentimiento. Comprendí que puedo poner fin a sus injurias pronunciando interiormente una simple palabra. La pronuncié. Esta palabra es: No.
Me marché de la fábrica. Abandoné su mundo. Me hice el propósito de dar la alarma a sus víctimas y de prestarles métodos y armas con los que luchar contra los otros. El método consistía en rehusar o en desviar toda retribución. El arma, la justicia. Si queren saber lo que perdieron cuando me marché y cuando mis huelguistas desertaron de su mundo, ubíquense en una franja desierta de cualquier paraje inexplorado y pregúntense cuánto tiempo durarían negándose a pensar, sin nadie cerca para mostrarles lo que es preciso hacer. Pregúntense alguna vez sobre a cuántas conclusiones independientes han llegado en el curso de su vida y cuánto tiempo dedicaron a realizar las acciones aprendidas de otros. Creen que podrían descubrir cómo labrar la tierra y cultivar su alimento. Serían capaces de inventar una rueda, una palanca, un motor, o un generador, y entonces decidan si los hombres de inteligencia son explotadores que viven de los frutos de su trabajo y les roban la riqueza que ustedes producen, o si tienen el poder de esclavizarlos. Y que sus mujeres echen una ojeada a una mujer salvaje de rostro curtido y senos caídos, mientras machaca cereal en un mortero, hora tras hora, y siglo tras siglo, y pregúntenles quién les proporcionaría sus refrigeradores eléctricos, sus máquinas de lavar, y sus aspiradores, tras destruir a quienes los fabrican. Echen una ojeada a su alrededor, salvajes convencidos de que las ideas son creadas por los medios de producción humanos, que una máquina no es producto de la inteligencia, sino un poder místico productor del pensamiento humano. No han descubierto la edad industrial y se aferran a la moralidad de las épocas bárbaras, cuando gracias al trabajo muscular de los esclavos se obtenía una mísera forma de subsistencia humana. Todo místico ha anhelado siempre tener esclavos que le protejan de esa realidad material que tanto teme. pero ustedes grotescos y mezquinos atavistas, miran ciegamente los rascacielos y las chimeneas y sueñan con esclavizar a sus proveedores materiales: científicos, inventores, e industriales. Cuando abogan por la propiedad pública de los medios de producción, reclaman la propiedad pública de la mente.
He enseñado a mis huelguistas que la respuesta que se merecen es sólo ésta: Aunque lo intentaron han sido incapaces de dominar las fuerzas de la materia inanimada, y sin embargo pretenden coartar las mentes de los hombres cuyos logros no pueden igualar. Proclaman no poder sobrevivir sin nosotros, y sin embargo se proponen dictarnos las condiciones de nuestra supervivencia. Proclaman necesitarnos, y sin embargo incurren en la impertinencia de afirmar su derecho a gobernarnos por la fuerza y esperan que nosotros nos acobardemos ante la vista del primer patán que los haya convencido para que lo voten, con el único fin de ejercer su autoridad sobre nosotros.
Se proponen establecer un orden social basado en los siguientes principios: Incompetencia para dirigir sus propias vidas, pero competencia para gobernar las de los otros. Imposibilidad de existir en un ambiente de libertad, pero posibilidad para convertirse en gobernantes omnipotentes. Incapacidad para ganarse la vida usando la propia inteligencia, pero capacidad para evaluar a políticos y votarlos a fin de que ocupen tareas que les confieran un poderío total sobre artes que ustedes ni conocen, sobre ciencias que no han estudiado, sobre logros de los que no tienen la menor idea, sobre gigantescas industrias donde por su incapacidad no podrían ni siquiera realizar la tarea de ayudante de engrasador.
Devotos del culto al cero, símbolos de la impotencia, y dependientes congénitos, así crearon su imagen del hombre y su escala de valores, a partir de la cual tornearon sus almas sin necesidad de dar ninguna explicación: óEs simplemente humano!, gritan en defensa de cualquier depravación que alcance un estado de autoenvilecimiento, aplicando el concepto de "humanos" a los débiles, insensatos, corruptos, mentirosos, fracasados, cobardes, fraudulentos, y eliminando de la raza humana al héroe, al pensador, productor, inventor, fuerte, persistente, y al puro, como si sentir fuese humano, pero pensar no, como si fracasar fuese humano, pero no triunfar, como si fuera humana la corrupción, pero no la virtud, y finalmente como si la premisa de muerte fuese adecuada al hombre, pero no la de vivir.
Con el fin de privarnos del honor y despojarnos después de la riqueza, nos han considerado esclavos que no merecen reconocimiento moral alguno. Alaban cualquier empresa que declare no perseguir provecho y condenan a los hombres que logran los beneficios capaces de hacer posible la empresa en cuestión. Consideran de interés público cualquier proyecto que sirva a quienes no pagan un centavo, pero en cambio no consideran de interés público proporcionar servicio alguno a quienes efectúan dicho pago. El beneficio público proviene de todo aquello que se entrega como limosna. Comerciar es perjudicar al público. El bienestar público es el que disfrutan quienes no se lo han ganado. Sus verdaderos autores no tienen derecho al mismo. Para ustedes el público es todo aquel que ha fracasado en conseguir una virtud o un valor, y quien la consigue, quien aporta los materiales requeridos para la supervivencia, cesa de ser considerado como parte del público o como parte de la raza humana.
¿ Qué vacío en sus mentes les ha permitido imaginar que saldrían airosos de este amasijo de contradicciones y que podrían planearlo como sociedad ideal. Nunca pensaron que el "No" de sus víctimas era suficiente para demoler la totalidad de toda esa estructura ?
¿ Qué le permite a un mendigo insolente exhibir sus lacras ante el rostro de sus mejores y solicitar ayuda en el tono de quien expresa una amenaza ?
Gritan igual que él, y toman como base nuestra compasión, pero, su esperanza secreta reside en el código moral que les ha enseñado a contar con nuestra culpa. Esperan que nos sintamos culpables de nuestras virtudes en presencia de sus vicios, heridas, y fracasos. Culpables de triunfar en la existencia, culpables de disfrutar la vida que ustedes maldicen, y aún así nos imploran que los ayudemos a vivir.
¿ Queren saber quién es John Galt ?: Soy el primer hombre de inteligencia que rehusó considerar dicha inteligencia como culpa. Soy el primer hombre que no accede a hacer penitencia por sus virtudes o permitir que éstas sean usadas como herramientas de mi propia destrucción. Soy el primer hombre que no sufrirá martirio a manos de quienes desean verme perecer por el privilegio de mantenerles la vida. Soy el primer hombre que les ha dicho que no les necesito, y hasta que aprendan a tratar conmigo como comerciantes, dando valor al valor, tendrán que existir sin mí, del mismo modo que yo existiré sin ustedes. Sólo entonces les haré saber de quién es la necesidad y de quién la inteligencia, y una vez la supervivencia humana se haya erigido en norma, les haré saber los términos de quiénes serán los que tracen el camino para esa supervivencia.
He realizado, por medio de un plan y de una intención concreta, lo que a través de la historia se fue logrando por silenciosa inercia. Siempre han existido hombres inteligentes que se declararon en huelga, a fin de protestar desesperados, pero sin conocer el total significado de su acción. Quien se retira de la vida pública para pensar, pero no para compartir sus pensamientos con otros, quien prefiere pasar sus años en la oscuridad de un trabajo manual, reteniendo para sí el fuego de su mente sin darle nunca forma, expresión, o realidad, rehusando aportarlo a un mundo que desprecia. El hombre derrotado por la repulsión, el que renuncia antes de haber empezado, quien abandona antes de iniciar algo, quien funciona a una fracción de su capacidad, desarmado por su anhelo de un ideal que no encontró. Todos están en huelga contra la sin razón, contra su mundo y sus valores en el que no reconocen ningún valor propio, y en la oscuridad de su desesperada indignación, justa aunque sin conocimiento de dicha justicia, y apasionada sin conocimiento de su pasión, rinden los incentivos de su mente y perecen en amarga futilidad, como rebeldes que nunca conocieron el objeto de su rebelión.
Esos tiempos infamantes que llaman "Edad media", fueron una era de inteligencia en huelga, en la que los hombres dotados de facultades se hundieron y vivieron sin ser descubiertos, estudiando en secreto y destruyendo al morir las obras de su mente, mientras unos pocos valerosos mártires seguían en pie para mantener viva a la raza humana. Todo período gobernado por místicos constituyó una era de estancamiento y de penuria, en la que la mayoría de los hombres estuvieron en huelga contra la existencia, no trabajando más que para su estricta supervivencia, y no dejando más que retazos como botín para sus gobernantes, rehusando pensar, aventurarse, producir, mientras el destino final de sus logros estaban supeditados al capricho de algún indignante degenerado, sancionado como superior por derecho divino.
El camino de la historia humana era una cadena de espacios vacíos, sobre estériles trechos erosionados por la fe y la fuerza, con sólo unos cuantos leves fulgores luminosos, cuando la energía liberada del hombre de inteligencia realizaba maravillas que causaban estupor, antes de extinguirse de nuevo con rapidez.
¿ Pero esta vez no tendrá lugar tal extinción. el juego de los místicos ha sido descubierto, y perecen gracias a su propia irrealidad. Nosotros, los hombres de razón, sobreviviremos.
He impulsado a la huelga a la clase de mártires que hasta ahora jamás desertaron de ustedes, y les entregué el arma de que carecían: el conocimiento de su propio valor moral. Les he enseñado que el mundo es nuestro, siempre que queramos reclamarlo como tal, por gracia y virtud de nuestra moral, que es la moralidad de la vida. Ellos, las grandes víctimas que han producido todas las maravillas humanas, los industriales, los conquistadores de la materia, no habían descubierto la naturaleza de su derecho. Sabían que poseían el poder, y yo les he enseñado que también poseen la gloria.
¿ Ustedes que se atreven a considerarnos moralmente inferiores a cualquier místico que asegure tener visiones sobrenaturales. Ustedes que escarban como buitres en busca de dinero robado y aún así consideran que un adivino es superior a quien hizo su propia fortuna. Ustedes que desprecian al comerciante como innoble y consideran eminente a cualquier artista excéntrico, tienen en la raíz de sus códigos el culto a la muerte que declara inmoral a los negociantes por el solo hecho de ser los proveedores de todo lo que los ayuda a conservar sus vidas.
Ustedes que afirman elevarse sobre las vulgares exigencias del cuerpo y sobre la tarea de servir simples necesidades físicas, consideren esto: ¿ Quién está esclavizado por necesidades físicas: El hindú que trabaja desde el amanecer a la puesta del sol empujando un arado primitivo para ganarse un plato de arroz, o el americano que conduce un tractor ?
¿ Quién es el conquistador de la realidad física: El que duerme en un lecho de clavos, o el que se tiende sobre un colchón de resortes ?
¿ Qué constituye el monumento al triunfo del espíritu humano sobre la materia: Las chozas roídas de insectos a orillas del Ganges, o la silueta de los rascacielos de Nueva York sobre el Atlántico ?
Y mientras buscan las respuestas, mejor cambien por una actitud reverente cuando se enfrenten ante las obras de la mente humana, porque no permaneceran mucho tiempo en esta tierra que amamos y que no permitiremos que destruyan. He abreviado el curso de la historia y los he dejado descubrir la naturaleza del pago que esperaban transferir a los hombros de otros. Lo que aún les queda de poder vital les será extraído porque no lo han merecido. No pretendan decir que una realidad malévola los ha derrotado, sino su propia irresponsabilidad, y ya no finjan luchar a muerte por un noble ideal: si mueren es porque desean más la muerte del otro, de lo que valoran sus propias vidas.
Pero a aquellos que conserven un resto de dignidad y amen la propia vida, les ofrezco la posibilidad de una elección: morir por una moralidad que declaman pero que nunca han practicado, o detenerse frente a la autodestrucción para cuestionar sus valores y toda su vida. Ya saben hacer inventarios de sus riquezas, pues entonces hagan un inventario de las cosas con las que les llenaron la cabeza desde la infancia, desde cuando han estado ocultando el secreto cómplice de no sentir el deseo de autoinmolarse, de temer y detestar su código moral, pero sin atreverse a confesarlo ni siquiera a solas. Están privados de esos instintos morales que otros afirman sentir, y cuanto menos los sentían, más altamente gritaban su amor y servidumbre a los demás, temerosos de permitirles descubrir su verdad interior, su traición, esa idiosincrasia oculta como un esqueleto en lo más hondo de su cuerpo. Y ellos, que eran a un tiempo engañados y engañadores, escuchaban y voceaban su aprobación, temerosos de que se descubra que albergaban el mismo no revelado secreto. La existencia es entre ustedes una gigantesca farsa, una actuación, sintiéndose cada uno como el único desubicado dentro de esa irrealidad desfigurada, sin que ninguno tenga el valor suficiente para romper este círculo vicioso.
No importa qué deshonroso compromiso han contraído con su impracticable credo, ni qué miserable equilibrio entre cinismo y superstición hayan conseguido para mantener el elemento letal: la creencia de que lo moral y lo práctico son opuestos. Desde niños han estado sustrayéndolos al terror de una elección que nunca se atrevieron a practicar por completo. Si lo práctico, es decir, aquello que deberían practicar para existir, aquello que trabaja bien, triunfa, y logra objetivos, aquello que los alimenta y alegra, y aquello que los beneficia, es malo. Y si lo bueno, por el contrario, está constituido por lo impráctico, lo que falla, destruye, frustra, daña y significa pérdida o dolor, su elección por inacción es ser moral según esos parámetros, y al mismo tiempo renunciar a vivir la vida como se debe.
El resultado de esta destructora doctrina consistía en eliminar la moralidad de la vida. Crecieron creyendo que las leyes morales no guardan relación con la tarea de vivir, excepto como un impedimento y una amenaza, que la existencia del hombre es una selva amoral en la que todo prolifera y todo vale, y en esta niebla de definiciones en constante movimiento, que se posa sobre mentes heladas, han olvidado que los males condenados por su credo eran las virtudes requeridas para vivir, y han llegado a creer que los males verdaderos son los medios prácticos de la existencia. Al olvidar que el bien impráctico era el autosacrificio, creyeron que la autoestima es a su vez impráctica. Al olvidar que el mal práctico es la producción, creyeron práctico al robo.
[Avance]
La única misión adecuada de un gobierno es proteger los derechos humanos, lo que significa proteger al hombre de la violencia física. Un gobierno adecuado es sólo un policía que actúa como agente de la defensa humana, y como tal, sólo puede recurrir a la fuerza contra quienes empiecen a hacer uso de ella. Las únicas funciones propias de un gobierno son la policía para protegernos de los criminales, el ejército para protegernos de los invasores extranjeros, y los tribunales para proteger a la propiedad y los contratos de los fraudes, más arreglar disputas mediante reglas racionales y según una ley objetiva. Pero un gobierno que inicie el empleo de la fuerza contra hombres que no imponen la coacción armada contra víctimas indefensas, es una máquina infernal de pesadilla, diseñada para aniquilar la moralidad. Tal gobierno invierte su propósito y del papel de protector pasa al de enemigo mortal del hombre. Del papel de policía, al de criminal investido del derecho de la violencia contra víctimas privadas del derecho a la autodefensa. Semejante gobierno substituye la moralidad con la siguiente regla de conducta social: se le puede hacer lo que se quiera a su prójimo, siempre que se tengan medios más fuertes que los de las víctimas. Sólo el bruto, el loco, o el astuto, pueden convenir en una existencia bajo tales condiciones: estar de acuerdo con dar a sus semejantes un cheque en blanco sobre su vida y su mente, aceptar la creencia de que otros tienen derecho a disponer de su persona, de que la voluntad de la mayoría es omnipotente, que la fuerza física del músculo y del número puede substituir a la justicia, la realidad, y la verdad. Nosotros, los hombres de inteligencia, los comerciantes, ni amos ni esclavos, no negociamos con cheques en blanco ni se los damos a nadie. No vivimos o trabajamos bajo forma alguna de lo no objetivo.
Mientras los hombres hundidos en el salvajismo no poseyeron concepto de la realidad objetiva y creyeron que la naturaleza física estaba gobernada por el capricho de demonios desconocidos, no fueron posibles pensamientos, ni ciencia, ni producción. Sólo cuando el hombre descubrió que la naturaleza era algo firme, previsible, y definitivo, pudo basarse en sus conocimientos, escoger su curso, planear su futuro y, lentamente, salir de las cavernas. En nuestros días han colocado a la industria moderna, por su inmensa complejidad de precisión científica, otra vez en poder de demonios desconocidos, bajo el imprevisible poderío de los caprichos arbitrarios de grotescos burócratas: un agricultor no realizará el esfuerzo de todo un verano, si no puede calcular las posibilidades de su cosecha, los gigantes de la industria que planean por décadas, proyectan por generaciones, y suscriben contratos de noventa y nueve años, no pueden continuar funcionando sin saber qué capricho de qué funcionario se abatirá sobre él para demoler en un momento la totalidad de sus esfuerzos. Los que marchan a la deriva y los trabajadores manuales, viven y planean al día. Cuanto mejor es una mente, más amplio su alcance, pero un hombre cuya visión se extienda tan sólo a una choza, continuará construyendo sobre arenas movedizas, para conseguir un rápido producto que puede dejar atrás si se ve obligado a trasladarse a otro lugar, pero quien planea rascacielos, no obrará de ese modo. Ni tampoco nadie pasará diez años de absoluta devoción a la tarea de inventar un nuevo producto, si pandillas de mediocres están manipulando leyes contra él para restringir sus actos y obligarle al fracaso para apoderarse de su invento.
Miren más allá del momento actual, los que se lamentan de tener que competir con hombres de superior inteligencia, los que dicen que su mente es una amenaza contra su vida, y que los fuertes no dejan posibilidades a los débiles, pues ¿ qué determina el valor material de su trabajo, sino el esfuerzo productivo de su mente ? Cuanto menos eficiente sea el trabajo de su cerebro, menos obtendrán de su labor física, y se podrán pasar la vida en continua rutina, recogiendo una cosecha precaria, o cazando con arcos y flechas, incapaces de pensar en nada más, pero, si viven en una sociedad racional con libertad de comercio, recibirán una gratificación de otro modo inalcanzable: el valor material de su trabajo crecerá al quedar determinado no sólo por su esfuerzo, sino por el de las mejores mentes productoras que les rodean, más el capital disponible.
Cuando trabajan en una fábrica moderna, se les paga no sólo por su labor, multiplicado por lo aportado por los genios que han hecho posible dicha fábrica: el trabajo del industrial que la levantó, el del inversor que ahorró el dinero arriesgándolo en una cosa nueva, el ingeniero que diseñó las máquinas, el del inventor que creó el producto que se fabrica, el del hombre de ciencia que descubrió las leyes que permiten fabricar dicho producto, el del filósofo que enseñó a los hombres a pensar y adoptar el rigor científico.
La máquina, esa forma helada de inteligencia viva, es la fuerza que expande el potencial de su vida, elevando la productividad. Si hubieran trabajado como herreros en la edad media de los místicos, el conjunto de su capacidad de ganancia hubiera consistido en una barra de hierro producida por sus manos, tras días y días de esfuerzo. ¿ Cuántas toneladas de riel se producen diariamente al trabajar en una acería ? ¿ Alguien se atreve a afirmar que el cheque con el que se les pagó fue mérito sólo de su esfuerzo físico y que esos rieles son producto de sus músculos ?
La realidad es que el nivel de vida de aquel antiguo herrero es el único que sus músculos le proporcionaron, en cambio el nivel actual, es un regalo de sus empleadores.
Todo hombre es libre para elevarse hasta donde sea capaz o hasta donde le lleve su voluntad, pero sólo el grado de su pensamiento determina el nivel a que podrá levantarse. El trabajo físico como tal, no puede extenderse más allá del límite de un momento. El hombre que no ejecuta más que trabajo manual, consume el equivalente a un valor material basado en su propia contribución al proceso productivo, y no deja ningún otro valor, ni para si ni para los demás. Pero aquel que produce una idea en cualquier campo de actividad racional, quien descubre nuevos conocimientos, es un benefactor permanente de la humanidad. Los productos materiales no pueden ser compartidos pues pertenecen a un consumidor final, y sólo el valor de una idea puede ser compartido con un número ilimitado de hombres, haciendo a todos ellos más ricos, sin sacrificio ni pérdida de nadie, elevando la capacidad productora de la tarea que realicen. Es el valor de su propio tiempo el que el hombre de inteligencia fuerte transmite al débil, permitiéndole trabajar en aquello que descubrió, mientras dedica su tiempo a nuevos descubrimientos. Se trata de un trato mutuo en beneficio mutuo, el interés de la mente es uno, no importa el grado de inteligencia existente entre hombres que deseen trabajar, y que no buscan ni esperan lo que no se han ganado.
En proporción a la energía mental gastada, el hombre que crea un nuevo invento sólo recibe un pequeño porcentaje de su valor, en términos de pago material, no importa la fortuna que consiga ni los millones que gane. Pero el que trabaja como portero de una fábrica productora de ese invento, recibe un pago enorme en proporción al trabajo mental que su tarea requiere de él. Y lo mismo vale también para todos los estados intermedios, en los diversos niveles de ambición y habilidad, el hombre situado en la cúspide de la pirámide intelectual contribuye en mayor parte al bienestar de los situados bajo él, pero no consigue nada, excepto su pago material, ni recibe beneficios intelectuales de otros que pueda añadir al valor de su tiempo. El hombre situado en el fondo, que abandonado a sus propios recursos se moriría de hambre en su total ineptitud, no contribuye con nada al beneficio de los situados por encima de él, pero en cambio recibe el beneficio derivado de los cerebros de todos ellos. Tal es la naturaleza de la competencia entre los fuertes y los débiles en intelecto. Tal es la forma de explotación por la que han condenado a los fuertes.
Tal fue el servicio que prestamos y que nos sentimos alegres de proporcionar. ¿ Qué pedimos a cambio ?: nada, aparte de la libertad. Quisimos que nos dejasen libres para actuar, libres para pensar y trabajar a nuestra propia elección, libres para correr nuestros propios riesgos y soportar nuestras pérdidas, libres para ganar nuestros beneficios y hacer nuestra fortuna, libres para jugar con su racionalidad, someter nuestros productos a su juicio, con el propósito de un comercio voluntario, depender del valor objetivo de nuestro trabajo y de la habilidad de sus mentes para apreciarlo. Libres para contar con su inteligencia y honestidad y tener tratos sólo con su parte racional. Tal es el precio que pedíamos y que ustedes rechazaron por considerarlo demasiado alto. Calificaron como impropio que quienes los sacábamos de sus cuchitriles y les proporcionábamos pisos modernos, radios, cines, y automóviles, adquiriésemos palacios y yates. Decidieron tener derecho a sus sueldos, mientras nosotros no lo teníamos sobre nuestros beneficios. No quisieron que negociásemos con sus mentes, sino sólo con sus armas, y nuestra respuesta a eso fue: "Son todos una banda de malditos", y tales palabras han resultado ciertas.
No quisieron competir en términos de inteligencia, y ahora compiten sobre la base de la brutalidad, no quisieron otorgar recompensas a la producción, y ahora libran una carrera por recompensas obtenidas del robo. Calificaron como egoísta y cruel al intercambio de valor por valor, y han establecido una sociedad en la que el comercio se efectúa basado estrictamente en la extorsión. Su sistema es una guerra civil legal, donde los hombres contienden unos con otros por la posesión de leyes que utilizarán como estacas contra sus rivales, hasta que otra pandilla se las arrebate para golpearlos con ella. Mientras todos claman hallarse al servicio de un bien público innominado e inconcreto, han manifestado que no hay diferencia entre el poder económico y el político, entre el poder del dinero y el de las armas, que no existe diferencia entre recompensa y castigo, ni entre compra y substracción, ni entre placer o dolor, ni entre vida y muerte.
Pues bien: ahora están aprendiendo en qué radica la diferencia. Algunos seguramente recurrirán a la excusa de la ignorancia de su limitada mente y del corto alcance de la misma, pero los más malditos y culpables de ustedes son quienes tuvieron la capacidad de conocer y, sin embargo, prefirieron borrar la realidad. Aquéllos dispuestos a vender su inteligencia y habituarla bajo la cínica servidumbre de quienes detentan la fuerza, la despreciable raza de esos místicos de la ciencia que profesan devoción a una especie de conocimiento puro cuya pureza consiste en la afirmación de que tal conocimiento no tiene aplicación práctica en la tierra, aquellos que reservan su lógica para materias inanimadas, pero creen que el tratar con los hombres no requiere ni merece racionalidad, quienes desprecian el dinero y venden sus almas a cambio de un laboratorio robado. Y puesto que no existe una cosa como el conocimiento no práctico ni acción alguna desinteresada, puesto que se burlan del uso de su ciencia con el propósito de servir de provecho a la vida, lo que hacen es entregar dicha ciencia al servicio de la muerte, al único objetivo práctico que puede representar para los saqueadores: inventar armas de coerción y destrucción, precisamente los intelectuales que tratan de escapar a los valores morales, son los condenados de esta tierra, y suya es la culpa que no admite perdón.
¿ Me oye, señor burócrata ?, aunque no es a usted a quien quiero hablarle, sino a aquellos que retienen aún un retazo de su alma sin vender y sin marcar con esta frase: "A la orden de otros". Sin el caos que les ha obligado a escuchar la radio esta noche, ¿ existiría un deseo honesto y racional de aprender lo que está equivocado en el mundo ?, pues bien, es a ustedes a quienes he deseado dirigirme según las reglas y condiciones de mi código. Debemos una declaración racional a quienes concierna y a quienes realicen algún esfuerzo para comprenderla, y los que por el contrario tratan de no entenderme, no me preocupan en absoluto.
Hablo a quienes desean vivir y recuperar el honor ahora que ya saben la verdad acerca de su mundo: dejen de apoyar a sus destructores, los males que sufren sólo ha sido posibles con su aprobación, entonces: retírenles su apoyo. No intenten vivir según las condiciones de sus enemigos, ni ganar en un juego en el que ellos pusieron las reglas. No busquen el favor de quienes los han esclavizado. No soliciten limosnas a quienes les robaron, ya sea en forma de subsidios, de préstamos, o de empleos. No pasen a figurar en su grupo ayudándoles a robar a su prójimo, porque no es posible esperar conservar la propia vida, aceptando sobornos que habiliten la propia destrucción.
No se esfuercen en obtener beneficios, triunfos, o seguridad, al precio de un gravamen sobre su derecho a la existencia, porque ese impuesto no puede ser pagado, y cuanto más se pague, más les exigirán. Cuanto más anhelen y consigan, más vulnerables serán. El suyo es un sistema de chantaje ideado para dejarlos sin sangre, pero no por sus pecados, sino valiéndose de su amor a la existencia.
No intenten trepar con las condiciones de los saqueadores usando una escalera sostenida por ellos. No permitan que sus manos toquen el único poder que los mantiene: su ambición de vivir. Inicien una huelga al modo en que yo lo hice. Utilicen su mente e inteligencia en privado, extiendan su conocimiento, desarrollen sus habilidades, pero no compartan sus triunfos con nadie. No intenten producir una fortuna mientras el saqueador cabalga a sus espaldas. Quédense en el escalón más bajo de la escalera, no ganen más que lo estrictamente necesario para su supervivencia, no obtengan un solo centavo extra con el fin de apoyar al Estado saqueador. Puesto que son cautivos, actúen como tales y no se conviertan en ubres, sino en sus silenciosos e incorruptibles enemigos. Sólo obedezcan si los fuerzan a ello, pero nunca de manera voluntaria. No den un paso por propia iniciativa en su dirección, ni expresen un deseo, un ruego, o un propósito, porque eso va a permitirle a su atracador actuar como amigo y bienhechor. No les ayuden a sus carceleros a desfigurar la realidad. Esa desfiguración es el único dique que contiene su secreto terror: el de saber que no están en condiciones para vivir solos. Al eliminar ese recurso se los deja ahogándose solos, de lo contrario, su aprobación sería su único salvavidas.
Si pueden desaparecer fuera de su alcance, háganlo, pero no para llevar una existencia de bandidos o crear una pandilla que compita con la suya. Construyan una vida productiva, con todos aquellos que acepten su código moral y sientan deseos de luchar por una existencia digna. Sigan una norma que todos los honrados acojan: la de la vida y la razón. Sean seres racionales, con el objetivo de convertirse en punto de reunión para todos aquellos que se sienten hambrientos de una voz de integridad. Básense en sus valores racionales, tanto si están solos, en medio de sus enemigos, o en compañía de unos cuantos amigos escogidos, fundadores de una modesta comunidad en la frontera del renacimiento humano.
Cuando el Estado saqueador, privado de sus mejores esclavos, se hunda. Cuando su caída lo reduzca a la impotencia, como las naciones de oriente medio corroídas por el misticismo. Cuando las pandillas de ladrones luchen por robarse entre ellas. Cuando los abogados de la moralidad del sacrificio perezcan junto con su ideal, ese día nosotros volveremos.
Abriremos las puertas de nuestra ciudad a quienes merezcan entrar en ella. Una ciudad de chimeneas, conductos, huertos, mercados, y hogares inviolables. Actuaremos como punto de reunión para todos aquellos que se hayan mantenido ocultos. Con el signo del dólar como símbolo, el símbolo del comercio libre y de las mentes libres, actuaremos para salvar una vez más a este país de los impotentes y de los salvajes que nunca supieron descubrir su naturaleza, significado, ni esplendor. Quienes opten por unirse a nosotros, podrán venir, mientras que los otros carecerán del poder para detenernos. Las hordas de salvajes nunca fueron obstáculo para quienes enarbolaron la bandera de la mente.
Esta nación se convertirá una vez más en santuario para una especie humana en vías de extinción: el ser racional. El sistema político que construiremos queda contenido en una simple premisa moral: nadie puede obtener valor alguno de otros, recurriendo a la fuerza física. Todo hombre permanecerá en pie o caerá, vivirá o morirá según su juicio racional, y si no lo utiliza y cae, será él su propia víctima. Si teme que su juicio resulte inadecuado, no recibirá arma alguna con la que mejorarlo. Si corrige sus errores a tiempo, dispondrá del claro ejemplo de los mejores como guía para aprender a pensar, pero, se pondrá fin a la infamia de pagar con la vida los errores de otros.
En dicho mundo podrán levantarse cada mañana con ese espíritu que conocieron en su infancia: el espíritu anhelante de aventura y certidumbre que deriva de tratar un universo racional. Ningún niño teme a la naturaleza, y los temores que han atontado sus almas fueron adquiridos en sus primeros encuentros con lo incomprensible, inimaginable, contradictorio, arbitrario, oculto, e irracional. Habitar en un mundo de seres responsables, consistentes, y tan dignos de confianza como los propios hechos, garantiza un sistema de vida en donde la realidad objetiva obre como norma y juez. Se dará protección a sus virtudes, pero no a sus vicios y debilidades. Toda posibilidad quedará abierta a los buenos y ninguna a los malos. Lo que se recibirá de los demás no será limosna ni compasión, ni misericordia, ni perdón de los pecados, sino sólo justicia, por lo que cuando contemplen al prójimo no sentirán disgusto, sospechas, ni sensación de culpabilidad, sino respeto.
Tal es el futuro que puede beneficiarlos, pero requiere lucha, como todo valor humano. La vida es una lucha en pro de algo, y su única elección está en la meta a obtener. ¿ Quieren continuar la batalla de su presente o combatir por mi mundo ?, ¿ quieren proseguir una lucha que consiste en permanecer aferrados de una cornisa sobre el abismo, una lucha de reveses irreversibles y victorias ganadas que los aproximan a la destrucción ?, ¿ o prefieren iniciar una contienda que consiste en irse elevando en continua ascensión hasta la cumbre, una lucha cuyas heridas constituyan inversiones del futuro y las victorias los sitúen cada vez más cerca de su ideal moral, hasta el punto de que aunque la muerte llegue aún sin haber alcanzado la plena luz del sol, se encuentren en un sitio ya tocado por sus rayos ? Tal es la opción que les ofrezco: dejen que su mente y amor por la existencia decidan.
Mis últimas palabras van dirigidas a aquellos héroes que aún puedan estar ocultos en el mundo, a los prisioneros por culpa de sus virtudes: hermanos míos en espíritu, comprueben sus virtudes y comparen con la naturaleza de los enemigos a los que sirven. Sus destructores los retienen, basándose en su generosidad, inocencia, amor, y en la generosidad con que responden a sus llamadas de desesperación, en esa inocencia incapaz de concebir su maldad, que les otorga siempre el beneficio de la duda, rehusando condenarlos por no comprender sus motivos, que los hace creer que son hombres y que también la aman.
El mundo de hoy es el mundo que desearon resultado de su odio. Déjenlos con esa muerte a la que adoran, no presten la grandeza de sus almas para conseguir el triunfo de su mal. En nombre de lo mejor que hay en ustedes, no le entreguen este mundo a los peores, en nombre de los valores que resisten en ustedes, no dejen que su visión del destino del hombre quede deformada bajo lo feo, cobarde, y necio, de quienes nunca construyeron nada. No pierdan la noción de que el estado adecuado del hombre es una postura erguida, una mente intransigente, y un paso vivo capaz de recorrer ilimitadas rutas. No permitan que su fuego se apague chispazo a chispazo, en los pantanos de lo aproximado, lo no completo, lo no conseguido, y lo definitivamente negativo.
No permitan que el héroe que llevan en el alma perezca en solitaria frustración de la vida que merecen pero que nunca han conseguido alcanzar. Comprueben su ruta y la naturaleza de su combate, porque el mundo deseado puede ser conseguido: existe, es real, posible, y es suyo. Pero para ganarlo se precisa una total dedicación y un total rompimiento con el mundo pasado, con la doctrina de que el hombre es un animal dispuesto al sacrificio, que sólo existe para el placer de otros. Luchen por el valor de su propio ser, luchen por la virtud de su orgullo, luchen por la esencia de lo que es el hombre: por su soberana mente racional. Y luchen también con la radiante certidumbre y la absoluta rectitud de saber que su moralidad es la moralidad de la vida y que suya ha de ser también la batalla por el valor, la grandeza, la bondad, y toda la alegría que haya podido existir en la tierra.
Venceremos cuando todos estén dispuestos a pronunciar el juramento que yo presté al principio de mi lucha. Para aquellos que quieran conocer el día de mi regreso, voy a repetirlo ahora, a fin de que lo escuche el mundo entero: "Juro por mi vida y por mi amor a ella, que jamás viviré por otro hombre, ni pediré a nadie su vida por mí".
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