Antes que nada aceptemos sin chistar que Argentina tiene una muy alta desocupación al mismo tiempo que tiene una de las economías más proteccionistas del mundo. Vale también la pena aclarar que el vendedor extranjero que trae sus productos desde su país y los vende en Argentina, o sea el "importador" no se lleva nuestro dinero sino el de U.S.A., pues cobra en dólares siempre [y estos papeles no son dinero de Argentina].

Por otra parte el exportador argentino sí se trae "la riqueza" [el dinero] de otro país.

Obviamente tenemos una visión muy extraña de lo que es riqueza. De modo que si creemos que el papel es riqueza, para conseguirlo entregamos bienes de alta calidad porque, como Argentina queda lejos de todos, y como nadie importa berretadas desde tan lejos, sólo les interesa que les ofrezcamos lo mejor de Argentina.

Entregamos lo mejor, nos dan papelitos de colores, nos ponemos contentos, y hasta nos creemos muy vivos.

Tenemos 50.000 millones de dólares guardados que no sirven para nada, trabajando muy duro para producir bienes de primera categoría que disfrutarán en U.S.A. y Europa.

Obviamente lo más lógico sería exportar lo que nos sobra [o sea, no lo de primera calidad que bien merecemos disfrutarlo nosotros], y no traer los dólares, sino las mercaderías que no se producen en el país, en especial las que nos permiten mejorar nuestra producción, cuidar la salud, o mejorar el nivel de vida. Y así devolverles esos 50.000 millones de dólares para que se los metan en el culo: es preferible toda esa masa de dinero gastada en equipos y remedios para hospitales, o en máquinas que sirvan para hacer otras máquinas para así no tener que importarlas y darle trabajo a los argentinos, pero, nuestras malas políticas nos convirtieron en dependientes de USA y entonces necesitamos inmovilizar una cifra millonaria de sus dólares como "reserva".

En el punto anterior está el nudo crítico del problema: ¿ Cuántas y cuáles cosas se pueden importar sin que al hacerlo un argentino se quede sin trabajo ? es una pregunta irrelevante: el problema es que nuestra moneda no vale nada.

La falla no es importar lo que fabricamos aquí, pues eso sólo es posible por dos variables: si lo importado es de mejor calidad, o es de menor precio.

La cuestión de la calidad es subjetiva y va relacionada con el precio. El comprador no es engañado con mala calidad sino todo lo contrario: está sobreinformado y contrapesa acertadamente el nivel de calidad con el precio y sus reales necesidades y situación económica.

La cuestión del precio va atada a la sobrevaluación o subvaluación de la moneda, y a la existencia o no de subsidios a la producción en otras naciones.

La presencia de subsidios simplemente se contrarrestan con la amenaza de aranceles equivalentes, pues en realidad los aranceles son innecesarios.

Pero, la valuación de la moneda haría que en una reunión de 500 economistas hayan 500 opiniones distintas, sin embargo, hay una forma conocida de fijarle un valor correcto dejando que lo haga el mercado libremente, y apenas controlado por un método para igualar más rápido las importaciones con las exportaciones [el mercado libre lo hace sólo, pero no automático ni consiguiendo la igualdad país por país].

Las mercaderías provenientes de los países que hacen devaluaciones para ganar competitividad artificialmente se frenan al concederle a los exportadores permisos negociables [por ejempo en la Bolsa de Comercio] para vendérselos a los importadores que no podrán importar sin esos permisos.

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