En la cuarta semana del mes anterior enumeré los trece pecados del liberalismo, pues bien: las izquierdas tienen catorce, pasando por alto el mal gusto y la tendencia absurda al simbolismo que comparten con los fascismos, comenzando por su pintoresca manía por modificar las banderas nacionales con el agregado de estrellas rojas o logos como el del martillo y la hoz, este último, regalado al Papa Francisco con el agravante de incluir a un Cristo crucificado. Pues bien, dejando de lado a este grotesco, las izquierdas abusan del simbolismo utilizado como propaganda encubierta hasta en la sopa, y donde no es exclusivo de Argentina el que las escuelas y hospitales lleven el nombre del líder.
El pecado de los "fines": En donde sea que se apliquen el socialismo o el populismo, se va a igualar hacia abajo.
El pecado de los "medios", o sea: la contaminación ambiental, que a priori pareciese ser peor en las naciones industrializadas, no es así, porque es mucho peor e irresponsable bajo el dominio de las izquierdas.
El pecado de la modernización por decreto, simplemente apalancada con transferencias de ingresos entre sectores de una misma sociedad,
lo que siempre sale más caro de lo que le hubiese costado a los mercados.
El pecado de Trotsky, o sea: cero democracia, tomar todos los órganos de gobierno, y revolución violenta y permanente en todo el mundo.
El pecado por incrustaciones "voluntarias" de personalidades de otras ideologías que se "venden", y luego son más papistas que el Papa, lo que se conoce como "la fe de los conversos".
El pecado deplorable por incrustaciones "forzadas e irreversibles" de menores de edad sin ideologías, o "adoctrinamiento", para asegurarse la permanencia eterna en el poder.
El pecado de Lázaro, o sea: la cancelación de la libre competencia ejecutada impunemente por las empresas contratistas del Estado, de propiedad de los funcionarios del gobierno, pero utilizando a testaferros.
El pecado de la creciente "brecha" entre los que ganan/roban más y los que ganan menos. El morboso exhibicionismo de los "nuevos ricos", y la negación militante de los que los votan porque se niegan a ver la verdad [que si no ven esto, eso nos explica cómo se digieren a diario tantas mentiras sin volver el estómago].
El pecado de manipular a los "excluídos", o sea: por unas pocas dádivas [con suerte, un triste e improductivo empleo público] los usarán como "carne de cañón" o grupo de choque, dentro de una sociedad que se vuelve intencionalmente más violenta y dividida.
El pecado del abandono de la salud monetaria: Pudiendo culpar a los empresarios por las subas de precios, ningún populismo se priva de gastar dinero de
más imprimiendo billetes a granel.
El pecado de deportar empresarios, nacionalizar sus empresas y volverlas ineficientes. No hubo un solo caso de final feliz para alguna de esas empresas.
El pecado de la sobornabilidad: Es cierto que los marcos regulatorios de las naciones son vulnerados por empresarios astutos, pero, bajo las izquierdas se vuelven imposibles, y todo termina en la compra de los permisos necesarios a los
funcionarios con poder.
El pecado de convertir a la justicia en una triste parodia. La imbecilidad de querer cambiar la realidad por ley o decreto, y en la cima de todo: hacerse aprobar una constitución "a medida".
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