El fumador pasivo no sólo está siendo intoxicado gratis,
sino que paga impuestos que desconoce para que el Estado subsidie la
producción de tabaco.
También los no fumadores pagan seguros de vida más
altos para cubrir las muertes de los fumadores.
Y también a lo largo de toda su vida deberán pagar por
servicios de salud más caros para compensar lo que dejarán
de pagar los fumadores cuando finalmente se enfermen y comience su
costosa cuenta regresiva hasta morirse destruidos por dentro.
Afortunadamente el fumador pasivo por lo menos ya no resulta ser el
discriminado como lo fue durante todo el siglo XX, y hoy nos cuesta creer
que hasta en establecimientos de categoría alta no se haya evitado
que alguien tuviese que cenar con un sujeto fumándole a sus
espaldas arrinándole una comida que no era para nada barata, y
todavía peor de concurrir con niños, por los que estos egoístas estupidizados por el vicio no tuvieron nunca ningún respeto.
Sólo queda por conquistar la igualdad, o sea que si el no
fumador no ensucia el aire común, entonces el fumador igualmente
no tendría derecho a ensuciarlo, ni dentro de los lugares de
diversión nocturna, ni en la facultad de Filosofía y Letras de
Buenos Aires que sugestivamente fue instalada en una fábrica de
cigarrillos reciclada, y en donde todos los estudiantes fuman, o más bien, en donde todos los fumadores parece que estudian.